Pero ni aún asà el presidente Duque reconoce su error ni Petro deja de insistir, tras bambalinas, en que Colombia debe vivir el mismo proceso de la revolución bolchevique de hace 100 años. El uno desde la Casa de Nariño, saliendo con discursos destemplados que lo muestran alejado de la realidad. El otro, desde su tuiter aúpando para que el paro continuara buscando que los grupúsculos que dejó formados cuando fue alcalde obedecieran en Suba y en Usme a sus consignas leninistas.
En Colombia siempre ha pasado de todo y al final no pasa nada. O no tenemos medida del acontecer histórico o no tenemos paciencia o, lo que es peor, dejamos que al paÃs lo manejen gobernantes inútiles que no tienen capacidad de traducir lo que su pueblo les pide o polÃticos que apenas saben camuflar sus verdaderos intereses económicos personalistas.
Por eso tal vez resulte tan extraño el múltiple sentimiento que ha despertado el convocado paro del 21. Hay quienes están esperando el dÃa para poder desahogarse y otros que ya se están armando de palos y chalecos para defenderse de los capuchos. Probablemente porque por primera vez el paÃs se siente sin presidente pues al que hay ni le cree ni lo sigue ni guarda esperanzas en su accionar. O quizás porque en la vecindad las masas se han rebotado. O de pronto, quien quita, porque el paÃs por fin se ha dado cuenta que es injusto y que no le exige a los nuevos guerrillos que no  recluten niños pero le prohÃbe a los soldados que disparen contra esas nuevas bandas. O porque ya nos dimos cuenta que mientras los cebolleros de Ocaña tienen que botar su producción porque no tienen subsidio alguno, los cultivadores de caña del Valle reciben el sobreprecio para el etanol y asà salvan que se pierda la mitad de la cosecha.
En las elecciones del domingo, que tuvieron por primera vez al smarth como gran herramienta de movilización votante, ya se sabe quienes cargan con la derrota, pero no todos coinciden en quienes ganaron. Y no hay consenso porque como los partidos polÃticos se volvieron un remedo y el que quedaba, el de Uribe, dando coletazos no pudo organizarse, no hay claro vencedor por el exceso de coaliciones regionales.Tampoco puede hablarse de la conformación entre bambalinas de alguna casa polÃtica distinta a la de los Char en la Costa, aunque si puede medirse la magnitud del triunfo de Claudia López, el renacer del galanismo con Carlos Fernando y sus muchos votos en Bogotá y por supuesto, la boleta de ingreso a las grandes ligas de Miguel Uribe Turbay.
Lo curioso y que pone a pensar es que, al mismo tiempo, en una democracia tan bien vestida e  impecable económica y socialmente como la de Chile, la muchachada haya salido a la calle a protestar, a quemar buses por docenas y a renovarse en su ira porque les modificaron la tarifa del subterráneo. Para entender el fenómeno hay que admitir que  el primer ejemplo lo dieron en el Ecuador, cuando los indÃgenas volvieron a surgir como volcán, para protestar  porque les arrebataron el subsidio  a los combustibles siguiendo instrucciones del FMI
Y para entenderlo,aunque les cause estupor y repudio, hay que agregar el  que los narcos de Sinaloa salieran a hacer lo mismo porque les estaban intentando detener al hijo de su jefe narco condenado a prisión eterna en las catacumbas del imperio. Pero no podemos olvidar tampoco el que en Hong Kong, la punta del iceberg del otro imperio, el chino, lleven ya tres meses saliendo todos los domingos con paraguas a arremolinarse en las calles por miles y miles. Y menos  que  en la serena y rica  Cataluña, por irse de independencia, la muchachada salga a quemar contendores de basura, a interrumpir los trenes y los aviones.