Desde que murió mi madre, cada semana voy hasta su tumba a llevarle flores.Y en los últimos cinco años las bancas del cementerio siempre están llenas, a cualquier hora, de jóvenes  mayores de  20 que se sientan a fumarse un cachito de marihuana. El asunto ha ido en aumento evidente. Lo mismo pasa en las calles. Ya se siente el olor que tanto  fastidia a los votantes del candidato que prometió  en campaña acabar con los jíbaros y ahora decidió que prohibía fumones de yerba en los espacios públicos. Las redes sociales están más repletas aún que las bancas del cementerio ,pero de padres de familia o de solteronas histéricas que le atribuyen a ese olor ser la madre de todos los vicios y  predican, como pastores de iglesia de garaje, que  la marihuana es la puerta de entrada a la tragedia de los drogos, que en tantos hogares daña e impacta y ,por supuesto aplauden  porque ,creyendo que allí comienza todo, no miden la vertiginosa evolución de la juventud encontrando, (y de los jíbaros ofreciendo), más polvos mágicos, más  pepas, más ácidos, más papelitos impregnados que nadie ve cuando se toman, pero todos saben que se los han tragado porque andan desesperados pegados de  una botella de agua o chupándose un bombón.

Jurídicamente que un decreto desbarate una ley, quiebra el orden institucional. Que se ordene decomisar y se cobre multa por portar un objeto  que está autorizado por ley llevarlo en un bolsillo  y  además respaldado por un fallo constitucional, rompe el respeto  a todas las otras  leyes. Poner a los policías a decomisar esos objetos y a cobrar 208 mil pesos de multa por portarlo, abre las fauces de la negociación que todos los policías establecen y todos niegan. Antes de que salga el próximo decreto para arrebatarles  a los muchachos la  botella de agua o el bombón, enfrentarán la gran protesta juvenil/universitaria del próximo jueves oliendo a marihuana.

@eljodario

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