Yo creo que el sueño de los grandes artistas cuando van llegando a la cima no es retirarse sino morir en el escenario ya como última opción. Porque siempre el retiro a veces forzado o que el mismo público le indica no deja de ser frustrante.

La historia está llena de cumplidos esos deseos de algunas figuras. El gran bolerista ecuatoriano Olimpo Cárdenas, el rival más cercano que tuvo Julio Jaramillo falleció en pleno escenario en una pequeña población colombiana. El legendario interprete español Juan Legido que se hizo superfamoso con los Churumberes de España fue otro que canto por última vez en una ciudad colombiana y finalizando su actuación sin vida.

Y quizás la más dramática finalización de una carrera fue la de Miguelito Valdez en Mr. Babalu quien antes de morir en el Hotel Tequendama de un infarto fulminante en Bogotá dijo:

“Perdon señores”.

Miguelito falleció frente a su excompañero de bohemia en Estados Unidos el cartagenero Rafael Escallón Villa, con quien tenía constantes tertulias con su grupo La Pesada, en la ciudad Heroica y en donde yo siendo el más joven del grupo los acompañaba.

He querido hacer esta introducción por el fallecimiento hace unos días al terminar una actuación de su grupo musical navideño en Bogotá de MISI. Solo que en esta ocasión el infarto fulminante fue para una mujer que todavía estaba vital para su carrera, se pudiera decir que no vislumbraba en ninguna parte que tenía una afección cardiaca.

Este tema se podría ampliar pero sería para otra crónica de las personas de la actividad artística, periodística, política, industrial, que tuvieron que actuar, ejercer, o activar alguna gestión y recibieron la noticia previa de que su madre o su padre habían fallecido y como aquella frase ya reconocida en el mundo del espectáculo, tuvieron que seguir su rutina en lo
que estaban haciendo porque estaba de por medio la frase “la función tiene que continuar”.

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