Leonel, Leo, Lio, Lio, Lio. El elegido. Como nuestros padres, que decían que no habría nunca más otro futbolista como Pelé, nosotros diremos que no habrá ninguno como Lio, como Messi, el más grande del mundo. ¿Vieron cómo capitaneó a Argentina desde el saque del primer tiempo? ¿Vieron la seguridad, la frialdad del mercenario, cuando cobró el penalti en el minuto 22? Apenas trotó y antes de chutar hizo una pequeña parada, como diciendo yo sé el secreto de todo esto, y pateó al palo izquierdo sin ningún temblor. Gol, gol, gol del más grande.

¿Fue penal? ¿Empujaron al fideo Di María? No importa. Pasará como el gol con la mano de Maradona, como un Deus ex machina grandioso.

Este es el amor que se permiten los hombres más patriarcas, más machos: el amor por el guerrero, el amor por el gladiador, el amor por el hombre que pone la sangre en el campo, el amor por los futbolistas que representan lo que los otros mortales nunca serán. Y por eso ahora cuando lo veo jugar el segundo tiempo, y veo su cara serena, su cara de hombre que no busca la gloria, pero que vive su sino, su destino, su tiempo, siento ganas de llorar. Pero las ganas de llorar son porque en él veo a esos pocos hombres que sufrieron su signo: Kafka, Sarmiento, Borges, el Che Guevara, el apóstol Pablo, Strefan Zweig. Y justo ahora recibe un pase en el minuto 59, hizo una jugarreta preciosa entre dos defensas franceses y perdió la oportunidad del gol. La cámara lo enfoca y él ríe, ríe como los hombres que hacen historia.

¿Pero están viendo el fútbol de Argentina en este partido? ¿Ven la velocidad y claridad de Di María, la fortaleza de De Paul, la carrera de Álvarez? Diremos que vimos a la Argentina de 2022, que será lo mismo que decir la Argentina del 78 o del 86, o el Brasil del 70. Será como decir: vi una hazaña, vi la belleza de la coordinación de once malabaristas.

Ah, pero Messi. Este partido es su juego número 1.003. Messi ha hecho hasta ahora y con ese penal 792 goles, coló 331 asistencias, pero esas asistencias nunca fueron un mero pase, una aproximación, han sido y serán hasta que termine su carrera el cálculo de un ajedrecista. Y a esta final llegó para romperlo todo: es el futbolista con más partidos en un mundial, 26 —uno más que Lottar Mattaüs—, y tiene más minutos que el italiano Paolo Maldini. Además, es el argentino con más mundiales: 5. Lo que sorprende es que superó a Pelé: hizo 13 goles en los mundiales, uno más que el Rey.

Pero un momento, que es el minuto 81 y Francia acaba de hacer dos goles en 120 segundos. Es la delantera más letal de Qatar. Mbappé sacó un penalti fortísimo y el segundo gol fue un remate impresionante desde el suelo, así venció al nunca bien querido Dibu. Gol, golazo. Mbappé, que parece la evolución de Cristiano Ronaldo, un hombre que es puro físico, pura fuerza, se impone con la capacidad del cuerpo. Y muestran a Messi en cámara y sonríe. Es raro. Sonríe con naturalidad, como quizá sonrió Ajax después de que los dioses lo confundieran para que perdiera la gloria.

Entonces viene el sufrir

Messi es puro juego, puro fútbol, puro don. Tiene el don de la acrobacia moderna. Nadie más: ni Cristiano ni Mbappé ni Neymar. Es Messi. Así son las cosas, el Espíritu sopla adonde quiere. Y es momento de saberlo. Es el minuto 85:41. No sabemos quién será el campeón mundial. Y pasan los minutos y Francia está ahí, como Aquiles luchando por los restos de su amante Patroclo. Escribo como un loco. El fútbol no tiene sentido, tiene sentido la gesta, la lucha, la sangre en la arena. Messi remata en el minuto 96, y dice el comentarista: “Este es el mejor jugador del mundo”. Es. Estos últimos minutos fueron una epifanía: Messi persiguiendo su destino.

Messi, el mismo que dijo hace cuatro años: “Ya está, para mí la selección ya se terminó, la peleé mucho, la intenté, ya son 4 finales, no pude ganarla, hice todo lo posible”. En la docuserie “Sean eternos”, dijo: “La verdad que tenía una espina clavada muy grande, no podía creer que todas las finales que jugamos y que ninguna hayamos tenido la suerte esa de ser campeones nosotros”. Lo dijo así, como hablan los argentinos, con la sonoridad cadenciosa del poeta que escribe al revés. Hay que decir que entre 1993 y 2021 la selección argentina llegó a 7 finales y las perdió todas. Escribo y el partido sigue: ¿esta será otra final fallida?

Hay algo de Messi que es más grande que su figura de futbolista letal, que va más allá de ser un hombre perro como escribió Hernán Casciari, es su descreimiento. Dicen que alguna vez dijo: “Nunca me puse como objetivo ser el mejor jugador del mundo. Para mí soy solamente un jugador. Solo quiero que cuando me retire me recuerden como una buena persona”. Esa frase se comprueba en la entrevista que le hizo Sebastián Vignolo para Star Plus y que hace parte de una serie que se llama En primera persona. Messi parece un doble, el doble de acción de sí mismo.

En esa entrevista que dio en la sala de su casa en Francia dice cosas como esta con su voz cansina, extraviada, metida en la caverna de su timidez: “A mí me educaron de una manera de chiquito, con los valores que me inculcaron tanto mi viejo como vieja, y después reforcé todo eso en Barcelona, en el lugar y el club donde caí, con unos valores muy identificados, siempre crecí con esa filosofía (…) Tengo pocos amigos, y después mi familia, siempre me refugié mucho en mi familia, para mi es lo más importante. No necesito mucho más”.

¿Cuándo rio —después del segundo gol de Mbappé— pensó en esos valores, pensó en que la última final posible se le escapó?

Ahora, cuando no sé si ganará o perderá y que ya se cuentan los 115 minutos, pienso en esta otra frase que dijo en esa entrevista: “Soy muy feliz. Tengo la suerte de hacer lo que me gusta, lo que soñé desde chiquito, de tener una familia maravillosa, mi mujer mis hijos, mi gran familia, mi hermano, mis hijos, la familia de mi mujer, la verdad que eso para mí es lo más importante”.

Messi, ahora tenés que hacer un milagro, como en los años gloriosos del Barcelona y que estabas solo en el mundo. Y aquí ocurre el remate del minuto 107 y pega un remate desde las 18, una media volea que termina en las manos de Lloris. Y gol, señores, señoras, señoros, gol. Gol, gol, gol. Messi. Messi. Messi. Hiciste este milagro. El enano, el hombre perro, el hombre imposible. Leo. Leo. Leo. Lio.

Pero esto es solo sufrir para los argentinos y ahora hay un penalti. Di Maria llora como si fuera un huérfano. Mbappé cobra, Mbappé no falla, ¿no dije ya que era como Cristiano Ronaldo pero mejor, una versión 5.0, un robot superior?

Recuerdo las finales desde USA 1994, no hubo nunca uno así. Messi, por Dios, hacé un milagro que no habíamos visto una Argentina así desde la época de Diego. Pero no, y vamos a penaltis. No hay guerra sin sangre.

Penales: Mbappé un criminal, el Dibu tocó la pelota apenas. Messi con la tranquilidad de quien no tiene nada que perder, de quien ya sorbió la copa de gloria. Escribo, termino una frase y el Dibu tapó un penalti. Dybala cobra feo, como un rengo, pero anota. Pero en Francia cobran peor, como si Napoleón no hubiera sido un conquistador sino un jugador de tejo. Y Paredes con tanta fuerza… Y Montiel… qué les digo, estoy temblando por un hombre y se llama Leonel Messi.

El técnico Scaloni está sentado, llora apenas, unas lagrimitas que se le derraman. Messi saluda a la tribuna, Messi que tiene la gracia del elegido, la gracia de un suricato que venció de carrera a los leones — Mbappé era el león negro de la sabana— apenas arruga las cejas, llora como sin dientes, llora porque tiene lo que le faltaba. ¿Qué piensa el hombre más grande del futbol del mundo? Detrás del huracán, en su cabeza, debe haber un silbido de paz.

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