La llegada de Iván Duque a la Presidencia de la República fue en cierta forma un accidente histórico. Nunca una persona con una hoja de vida tan corta había sido el inquilino de la Casa de Nariño. En la última mitad del siglo XX para lograr ese honor era común haber tenido dos o tres periodos en el Congreso, un par de ministerios y de pronto una embajada. Duque llegó después de haber estado 13 años en el exterior en cargos secundarios y con tres años en el Senado como única experiencia.  

A pesar de lo anterior, Duque pudo derrotar a rivales que sin excepción tenían más trayectoria que él. ¿Cómo lo hizo? Hay cuatro razones: 1) por ser el candidato de Uribe, 2) por ser una figura refrescante y carismática, 3) por su extraordinaria facilidad de palabra, 4) por el miedo a Petro. Esa combinación llenó las expectativas de un electorado ansioso de renovación, saturado con el proceso de paz y temeroso del fantasma del castrochavismo.

Sin embargo, el hecho de que el presidente sea producto de un accidente histórico no necesariamente es malo. Duque puede ser novato y demasiado joven, pero es inteligente, centrado, conciliador, responsable y trabajador. Tiene el problema de que algunas de esas no son las características del partido que lo eligió. El Centro Democrático no es de centro, no es conciliador y no siempre es responsable. Eso ha obligado al presidente a caminar en una cuerda floja entre lo que él es y lo que esperan quienes lo eligieron. SEMANA

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