Algo tiene que estar pasando en este mundo para que, al mismo tiempo, la juventud se rebele en las calles del Líbano y en las de Quito, en las de Santiago de Chile y en las de Cataluña. Repitiendo escenas que los ancianos recordamos haber vivido impresionados en 1968, la gente joven no resistió más las normas estrictas de los iraníes y maronitas en Beirut y se fueron a la calle a repetir  las mismas oleadas que hace unas décadas sembraron de desolación al Líbano hasta llevarlo a la postración.

Lo curioso y que pone a pensar es que, al mismo tiempo, en una democracia tan bien vestida e  impecable económica y socialmente como la de Chile, la muchachada haya salido a la calle a protestar, a quemar buses por docenas y a renovarse en su ira porque les modificaron la tarifa del subterráneo. Para entender el fenómeno hay que admitir que  el primer ejemplo lo dieron en el Ecuador, cuando los indígenas volvieron a surgir como volcán, para protestar  porque les arrebataron el subsidio  a los combustibles siguiendo instrucciones del FMI

Y para entenderlo,aunque les cause estupor y repudio, hay que agregar el  que los narcos de Sinaloa salieran a hacer lo mismo porque les estaban intentando detener al hijo de su jefe narco condenado a prisión eterna en las catacumbas del imperio. Pero no podemos olvidar tampoco el que en Hong Kong, la punta del iceberg del otro imperio, el chino, lleven ya tres meses  saliendo todos los domingos con paraguas a arremolinarse en las calles por miles y miles. Y menos  que  en la serena y rica  Cataluña, por irse de independencia,  la muchachada salga a quemar contendores de basura, a interrumpir los trenes y los aviones.

Todo eso, unido y enfocado,hace pensar seriamente en que algo le puede estar pasando al mundo del 2020. Quizás algunos dirán que es la proximidad del cometa Burisonov o las tempestades magnéticas del sol o la inversión lenta  de los polos. Lo que sea, pero el mundo, ahora si, está loco de verdad.

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