Es un niño , se siente un niño, actúa como niño. Si ve un niño de verdad tocando un tambor en el desfile, se acerca, le pide los palitos y comienza a demostrar que sabe tocar hasta mejor que el miembro de la banda. Si llega al Bernabeu no se pone a conversar con Florentino, le demuestra que es capaz de patear mejor que James. Si va a una cancha de tejo, no se toma una cerveza ni dialoga con los enruanados, coge el tejo y acierta en el bocin estallando la mecha. Vive en una batalla infantil por demostrar que es capaz de todo. Canta vallenatos con solo coger la raspa pero sin manejar el acordeón. Baila merecumbé con los mismos pasitos antiquísimos de Pacho Galán. No puede ver una pelota porque en su infantilismo demostrativo tiene que hacerse distinguir y entonces inmediatamente la coge y, como cualquier payaso malabarista del Circo del Sol la lleva del pie a la cabeza, de allí al cuello, y sin dejarla caer, quiere recibir el aplauso de todo niño precoz y habilidoso mientras abre los brazos. Pero en su sed de ser reconocido cada que visita a alguien, le lleva de regalo una camiseta de la selección de fútbol de su país y si ve la oportunidad de tomarse una foto o que le firmen un autógrafo, busca a los principes de la farándula y los invita a su casa.Y si va de visita donde principes de verdad, les lleva saludes de quien lo recomendó públicamente como el más capacitado o les echa el cuento de Blanca Nieves y los siete enanitos presentándolos como miembros de su equipo secreto. Por supuesto, cada sábado tiene fiesta para hacerse reconocer por pueblos que nunca antes había soñado y semana tras semana cambia de sombrero aunque, de verdad, ninguno le queda bien. Monta en avión y habla casi todos los días pero como no compagina las palabras que pronuncia con los gestos del rostro, nadie le cree y genera infinita desconfianza. Así y todo cree que eso es gobernar. Y que es El Principito y que no es grave que el 68% del país lo rechace.
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