Los Estados Unidos siempre han considerado que Colombia es una finca donde ellos mandan y deciden desde Washington, que el presidente de la nación es su mayordomo, no el que los colombianos hemos elegido una y otra vez para que nos gobierne. Los ejemplos de esa sumisión abundan en los últimos tiempos. Desde cuando nos arrebataron Panamá hasta cuando se convirtieron en los sostenedores de la guerra contra el narcotráfico y entonces las fuerzas militares y de policía y los magistrados, jueces y fiscales recibieron el apoyo económico para librarla, quedamos más que sometidos.
La extradición implantada para juzgar en los Estados Unidos a centenares de ciudadanos colombianos a quienes o daba miedo o resultaba imposible juzgar en territorio patrio, abrió las fauces del cocodrilo imperial y nulitó el espíritu de hacer justicia entre colombianos y para colombianos.
Ahora resulta que el embajador Witaker quiere ejercer presión sobre el Congreso de la República para que se aprueben las objeciones presidenciales a la justicia que, para bien o para mal, nos inventamos los colombianos buscando salir del atolladero de medio siglo de guerrilla. Pero como el embajador confundió el carácter de los congresistas encargados de la ponencia y los invitó a desayunar para ajustarles las tuercas de la sumisión, uno de ellos, el señor Cárdenas, del partido de la U, salió a piconear lo que pretendía el embajador gringo. La reacción del administrador de la colonia a nombre de Trump fue fulminante. Desinvitó a los magistrados de la Constitucional que había convocado a una comida con los mismos fines y al congresista Cárdenas le suspendió la visa americana.
Si la necesidad de poseer visa no se hubiese convertido en un mito imprescindible ,senadores y representantes deberían devolver su visado en la sesión de hoy,cuando de nuevo discuten las malhadadas objeciones.