Aunque estoy plenamente convencido que el problema de Venezuela no se arregla sino cuando se sienten en alguna parte los gobiernos de Estados Unidos, China y  Rusia y muevan a Maduro y sus 3.000 generales como fichas del ajedrez universal de la geopolítica económica, estuve atento al inédito espectáculo que se montaron en la frontera para preludiar la llegada de 90 toneladas de comidas y medicamentos que caben perfectamente en uno de los trenes cañeros que circulan estorbando en las carreteras vallecaucanas. El hecho de que Venezuela sea un país con dos presidentes, uno con el poder de las armas y la grosería verbal y el otro con la serenidad de la palabra y las acciones atrevidas y provocadoras pero sin poder levantar la masa hambrienta y cada vez más desesperada, es ya de por si algo sorprendente porque no se había visto en la historia reciente y apenas si la oteamos en los tiempos en que existían dos papas paralelos,pero con ejércitos ambos.

El show de los conciertos, en donde cayeron a compararse Maduro y sus 3.000 generales, fue emotivo para despertar ánimo por fuera de Venezuela a través de  las cadenas de tv y las redes. Pero sirvió tan poquito para los presuntos fines buscados de hacer renunciar a Maduro como resultó un fiasco sangriento el intento de hacer pasar las 90 toneladas de alimentos a través de una frontera cerrada y unos puentes bloqueados. El minishow de los desertores y la llegada de Guaidó y las rosas y los girasoles en manos de los venezolanos deseosos de alborotar a sus compatriotas que se quedaron allá,resultó emotivo pero tan improductivo como todo lo planificado de presunta gran aventura civilista.

¿Qué pasará luego? No se sabe hasta cuando resista el hambre y la carestía en Venezuela y si protegidos, vigilados e inducidos por los cubanos repetirán lo vivido por 50 años en Cuba.

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