TARJETA AMARILLA

A quienes venimos de provincia y nos asentamos en esta montana fría de Bogotá para hacer nuestras vidas y conformar familia, hay muchas cosas que nos persiguen inclusive hasta cuando se abra nuestra tumba pero hay una en particular que se convierte en una especie de ADN.
Para nosotros los vallecaucanos es imborrable el acento singular con la cadencia de convertir en eme la ene, lo que nos hace inconfundible. En mi caso personal, salí de Buga el 2 de febrero de 1970 y no he vuelto a vivir allá por razón del oficio, y en los últimos tiempos porque con las administraciones mafiosas de la ciudad han crecido ciertos delincuentes que amenazan a quienes nos atrevemos a criticarlos. Algunos amigos bogotanos suelen reirse de mis dichos y del tono, al extremo que hasta hubo un burletero que se atrevió a decirme hace años que si los vallunos no repitiéramos tantas veces el “oiga, mire, vea” nos alcanzaría el tiempo para todo. A eso se suman expresiones como “chuspa” (bolsa), “suspiro (merengue) y tantas otras. Esa herencia en el hablar no la desaparece la ausencia del terruño, porque ser vallecaucano imprime carácter: Por eso ofenden esos vallunos de primera generación, como Jorge Hernán Mejía, a quien se le ocurrió descalificarme junto con otros abogados que vivimos en Bogotá en mi caso dizque por no ser valluno. ¡ Hágame el favor ¡
Pero lo otro que nos persigue siempre a quienes siempre seremos considerados provincianos, es ser hincha de uno de los dos equipos de futbol. Esa pasión por el deporte de masas se vive en todas las casas de la región y las familias hasta se dividen entre los adoradores del Deportivo Cali o del América de Cali.
No recuerdo cuál fue el detalle que me hizo militante del Cali, desde las épocas en las que, como hoy, nunca quedaba campeón. Crecí con la emoción que aun padezco cuando suena Pachito E che, la canción que inmortalizó al “antioqueño muy trabajador” al que “le gusta el baile y el verso de amor, juega al toruro y es un gran campeón” y que es el himno que cantamos todos los seguidores, o mejor que cantábamos.
En efecto, el tema se nos ha vuelto una obsesión, porque ahora nos estamos asomando al descenso de la primera división del Cali, la otrora “amenaza verde”, el equipo que llevamos en el alma, por el que sufrimos cada ocho días con sus resultados desastrosos.
El problema no se resuelve cambiando de equipo, porque eso sucede en la política y hasta en el propio sexo, pero en el futbol más que una herejía eso sería deshonroso. Los vallunos que vivimos en Bogotá asistíamos al Campin cuando venía el Cali, pero desde hace unos años eso se volvió un escenario de humillación insoportable.
Ahora nos anuncian que como va el Cali en el actual campeonato, a pesar de que vincularon al experimentado profesor Pionto como técnico, todo indicas que va descender a la segunda división. Y es aquí donde este tema deja de ser privado y se vuelve público, porque no es solo el fracaso de un equipo de futbolsino la vulneración inminente de un interés y derecho colectivo de la región y en particular de quienes sellamos nuestra vida a ese nombre sonoro del Deportivo Cali.
No se equivoquen la dirigencia del Deportivo Cali ni sus jugadores, si creen que cuando los eliminen no se les va venir el mundo encima. No hay derecho a que el único Club que tiene estadio propio y que ha tenido estrellas apreciadas internacionalmente, termine en la segunda división, sin hacer ningún esfuerzo. Soldado avisado no muere en guerra.

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