Las nuevas Guerras

Cuando se hizo el Acuerdo Final de La Habana ya se sabía de los grupos disidentes de las Farc que no lo acatarían. También era de conocimiento que los elenos y los pelusos y los gaitanistas ejercían dominio sobre algunas zonas del territorio colombiano. No se había hablado,hay que admitirlo, de los caparrapos.En el Acuerdo no se tuvo en cuenta para los disidentes  una solución distinta a las de condenarlos y cerrarles las puertas  al diálogo. Los otros ni se mencionaron, tal vez  porque con los elenos estaban conversando para buscar un acuerdo y a los demás no los registraban ni en Noruega ni en el escritorio de Alvaro Leiva. 16 meses después los elenos andan en guerra abierta con los pelusos en el Catatumbo,decretan paros que la población civil acata para sobrevivir pero nadie sabe de las acciones militares ante una batalla de esa magnitud y menos que entienden por qué el Ejército solo está de espectador de lo que cada vez crece mas, viéndolos matarse entre ellos.

De la otra guerra, de la que se libra desde hace veinte días en Tarazá entre los caparrapos y los autollamados gaitanistas,se sabe porque llegan oleadas de desplazados a Cáceres, a Caucasia o Tarazá y porque, de vez en cuando El Colombiano registra los episodios de muerte y terror que allá se viven. Por supuesto, del Ejército no se sabe nada y parece estar siguiendo las ordenes del comandante supremo de no meterse, de dejar que los grupos ilegales se maten entre ellos, así el riesgo lo corran los civiles.

Y de la otra guerra, de la que  libra Guacho contra los ecuatorianos, aunque se da en el inexpugnable territorio  colombiano de Tumaco, no nos dice nada el vicepresidente Naranjo , a quien encargaron hace unos meses de hacer el show de comandar las tropas punitivas en ese rincón de la patria.

@eljodario

el 9 de abril en la provincia

La historia del 9 de abril en un país centralista como Colombia quedó apenas consignada para el recuerdo como “el bogotazo” y nunca como “la revolución” que vivieron pueblos enteros a lo largo y ancho del país, de una manera anárquica pero estructurada sobre las bases que Jorge Eliécer Gaitán le había dado al “pueblo”, a esa masa uniforme que lo seguía con fervor porque simbolizaba la antioligarquía, el antilatifundismo y el anticlericalismo. Bogotá fue destruida e incinerada en muchas manzanas de su núcleo central y centenares de muertos sirvieron para adornar, con horrendas fotografías y las crónicas de más de 50 periodistas internacionales que se encontraban acreditados para enviar sus reportes al mundo sobre la Conferencia Panamericana que presidía el general George Marshall. Pero si ese viernes 9 de abril fue cruento en la capital colombiana, el remezón de la muerte del caudillo se sintió a lo largo y ancho de la patria por donde había dejado la huella de su verbo y su deseo de cambiar al país oligarca y latifundista, que, unido a la Iglesia, manejaba sus estructuras.

Desde hace 70 años, las crónicas y recuentos periodísticos sobre ese momento, en que se quiebra la historia del país y se le abren las fauces a la violencia interpartidista, han estado centrados en Bogotá, donde entonces se editaban los diarios de circulación nacional y desde donde se ha querido mirar al resto del país como un territorio provinciano, lejano y desechable. Pero aquel 9 de abril de 1948, el asunto fue peor y pudo haber sido gravísimo donde en vez de surgir espontáneamente hubiese estado conducido por algo más que la venganza. Desde Barranquilla hasta Tuluá, desde Caicedonia hasta Barrancabermeja, “la revolución” se apoderó en horas de muchas municipalidades siguiendo el esquema organizativo que Gaitán le había dado a sus huestes políticas, pero atizados con consignas incendiarias gracias al vértigo que las emisoras, tomadas por la protesta, provocaban dando instrucciones de cómo generar las estructuras de la Colombia que estaba naciendo en medio de los incendios, los saqueos y la frustración de los incultos.

En Tuluá, un vendedor de quesos de la galería, León María Lozano, pasó a la historia, y me sirvió para escribir sobre su gesta en la novela “Cóndores no entierran todos los días,” porque al ver que la turbamulta marchaba por la carrera 26 rumbo a quemar el colegio de los salesianos, salió desde su casa llevando en la mano derecha un taco de dinamita y en la izquierda un cigarrillo encendido y la paró en seco evitando lo que sí pasó en Barranquilla cuando las huestes gaitanistas, luego de saquear las ferreterías se fueron a la iglesia de San Nicolás y le pegaron candela. Era un sentimiento de venganza que cobraba a los dueños del poder, la iglesia y los conservadores, el asesinato de su líder, quien los había señalado por años como los culpables de la situación que se vivía en Colombia, del desequilibrio social y de la pobreza extrema.

Por eso la turba enloquecida se fue en Armero a buscar la iglesia parroquial, después de saquear también, como en todo el país, las ferreterías y los almacenes donde pudieran encontrar herramientas y machetes, y en un acto de crueldad suprema asesinaron al cura Pedro María Ramírez, el mismo que el año pasado el Papa Francisco elevó a los altares en la visita que hizo a Colombia. Ese mismo día, en Alvarado (Tolima), también las huestes vengadoras de Gaitán habían matado al padre Simón Zorroza. Era una explosión de ira contra la Iglesia como lo fue contra los periódicos conservadores. Por esos quemaron el palacio arzobispal en la Plaza de Bolívar y las oficinas del periódico La Defensa en Medellín y de El Siglo en la capital, aunque en Bogotá no se daban cuenta ni había registro de lo que sucedía en la provincia aunque era desde allá, a través de las emisoras que los revolucionarios se alcanzaron a tomar, que trasmitían los hechos que se vivían en las calles bogotanas y daban detalles de como la protesta se volvió motín cuando los presos salieron de las cárceles y se generalizó el saqueo.

Curiosamente no fue en Bogotá, el epicentro de la revuelta, donde se pudo instalar una Junta Revolucionaria que funcionara como sí lo hicieron en casi 100 municipios del país dando paso a una revolución en todo el sentido de la palabra. La Junta de Bogotá, que integraban Jorge ZalameaAdán Arriaga Andrade y Gerardo Molina no pudo sino reunirse en la Quinta Estación de Policía, donde estaban los únicos revolucionarios armados con los fusiles de dotación oficial, los policías liberales. Pero en Peque o en Puerto Tejada, en Riofrio o en Barranca, en Natagaima o en Bolombolo, las Juntas Revolucionarias se tomaron el poder municipal, se aliaron con alcaldes amigos o removieron a los mandatarios conservadores y, sobre todo, trataron de poner orden en los restos que había dejado el caos en que se precipitaron de distinta manera las distintas ciudades en donde la venganza gaitanista surgió espontánea y desbocadamente.

En el Viejo Caldas, algunos municipios donde los conservadores eran mayoría o dueños del poder económico, trataron de contrarrestar la revolución que había florecido en muchos de los poblados cafeteros y alcanzaron a montar Juntas Cívicas que hicieron casi lo mismo. Pero allí, como en todas las ciudades gobernadas fugazmente por los revolucionarios, la esperanza estuvo puesta no en las armas que los policías municipales o departamentales pudieran entregarles a los liberales, sino en la llegada de los soldados del ejército que respaldaban al gobierno de Ospina Pérez, que 12 horas después del asesinato de Gaitán y, mientras Bogotá ardía, había sido capaz de convencer a los jefes liberales antigaitanistas de formar un gobierno de coalición nacional y tratar de recuperar el control que se había perdido en tantos municipios.

En algunos de ellos la revolución alcanzó a durar hasta 10 días como en Barrancabermeja o tan solo un par como en Buga, Armenia o en Pereira. El puerto petrolero tenía organización sindical, la hoy capital del Risaralda tenía el liderazgo del jefe político liberal Mejía Duque y la del Quindío a Óscar Gómez. Y, como las actuaciones gubernamentales una semana después llevaron a disolver las policías municipales y departamentales en donde sus miembros liberales mostraron simpatías revolucionarias, el poder de las armas acudió en apoyo de los liberales acomodados burocráticamente en ministerios, gobernaciones y alcaldías de un gobierno como el de Ospina Pérez que seguía siendo conservador y no a las Juntas Revolucionarias que fueron disolviéndose con el paso de las horas. El gobierno de Bogotá había ganado de nuevo así le hubiese costado muchísimo en vidas y bienes.

Un año después, los conservadores ya habían aprendido de la revuelta y en medio de ella distinguieron quiénes eran los verdaderos jefes de su partido que podrían oponerse a una repetición de la revolución liberal, buscaron entonces a los León María Lozano, a los chulavitas y a los pájaros, los armaron de pueblo en pueblo con los revólveres y las escopetas que repartían, desbarataron el gobierno de coalición nacional y comenzaron oficialmente 9 años de batallas interpartidistas en un período cruento que los historiadores terminaron por llamar “La Violencia”. Los godos en el país andino, los liberales en las planicies del Llano. Es en ese marco que crecen entonces mis personajes de novela y el país, sometido a una censura de prensa estricta, tiene que apelar a casi un centenar de narraciones variopintas que solo buscaban que lo vivido no se olvidara y que, obviamente, no serían admitidas por el centralismo bogotano puesto que hacían parte en su gran mayoría de la realidad de una provincia que prolongó la tragedia del 9 de abril por campos y veredas mientras ellos, los bogotanos, reconstruían su ciudad y le echaban tierra al recuerdo.

Nos van a meter el dedo

El teflón que cubre al Registrador y al Consejo Nacional Electoral sirve para que ningún congresista ni candidato presidencial se preocupe por las peligrosas medidas que han estado volviendo realidades. Así como pasó sin pena ni gloria, y sin denuncia formal ante la Cámara,  el hecho de que violaran la Constitución con el empadronamiento ideológico el 11 de marzo, ahora han resuelto o descararse, y hacerle campaña al voto en blanco, o equivocarse garrafalmente volviendo la opción del voto en blanco una candidatura presidencial y enredarse al  darle trato de tal.

En el tarjetón presidencial de diez casillas han puesto dos para el voto en blanco. Una dizque para incluir a los que se inscribieron como grupo representativo de ciudadanos que promueven el voto en blanco y otra para el voto en blanco en sí. Tanta torpeza en la interpretación de la ley no puede darse junta y en los mismos funcionarios. Así empadronaron ideológicamente a 10 millones de colombianos. Ahora promueven el voto en blanco pero seguramente no saben si las dos casillas las van a valer como totalidad de votos en blanco o las van a contar por separado cuando sean tantos que se les venga encima el escaparate.

¿Y como harán  si llegare a ocurrir que en la primera vuelta el segundo clasificado resulte ser el voto en blanco, es decir la sumatoria de las 2 casillas?. ¿ Dirán que los que valen para competir en la segunda vuelta son solo los de la casilla que reconocieron como partido y no  la sumatoria de todas 2 ? Y la segunda vuelta entonces sería entre el voto en blanco a quien le dieron reconocimiento de candidato y el que haya sacado el primer puesto ?

La embarraron una vez más y  en materia gravísima, pero como somos colombianos nos vamos a volver a dejar meter el dedo en los ojos, en la boca o más abajo también, como lo hicieron el 11 de marzo.

@eljodario

Los equivocados

elecciones 2018Esta campaña a la presidencia ha sido un carrusel de equivocaciones. Se equivocó Gaviria al pretender montar una candidatura de centro izquierda alrededor de Fajardo y se equivocó más aún cuando llevó anticipadamente  al Partido Liberal a una pantomima de consulta,para elegir a De la Calle, inhabilitándolo para que renunciara porque le tocaría devolver la plata. Se equivocó  el Partido Conservador cuando en su última convención Barguil se achicopaló, no eligió candidato a la presidencia ni dejó establecer un método para seleccionarlo entre los precandidatos y prefirió dejar que Martha Lucía se fuera  para, a la hora de verdad, no poder negociar una vicepresidencia con otro partido, como era lo lógico.

Se equivocó Vargas Lleras al jugársela todo por su triunfo en las elecciones de Congreso y aunque dobló votos y curules fue opacado por el tsunami de Duque,provocado no por Uribe sino por el pánico al terremoto de Petro. Y se equivocó Fajardo al negarse a medir sus fuerzas en una consulta con Claudia López y con Robledo  .Y se equivocó más interrumpiéndole a ella su vertiginosa y escandalosa campaña por streaming y redes para después,  asustado por la deserción de los  verdes, reengancharla como su fórmula vicepresidencial cuando ya Claudia había perdido el impulso.

Y  aunque todos ,embargados de triunfalismo, digan lo contrario, creo que se equivocó Uribe corriendo el evidente riesgo de que le repitan con Duque  la dosis  que le dio Santos hace 8 años y vayan los del New York Times y lo descubran antes de las elecciones .Y como si fuera poco, Petro parecería que se equivocó doblemente al poner todo en la consulta permitiendo  que lo midieran por anticipado y, más aún, escogiendo a la oligarca de Angela Robledo en vez de atreverse a nombrar a Ingrid Betancur.Pero equivocados y más, uno de ellos saldrá ganador de este carrusel.

@eljodario

Quemados y otros

El debate electoral del domingo dejó tendidos en el piso a personajes y partidos demasiado representativos o más bien “quemados” como se decía cuando los partidos existían,batallaban por ideologías y no habían sido reemplazados por el Partido Único de los Contratistas. Tal vez el más protuberante de los fenecidos en la hoguera de las urnas es el conservatismo del Valle del Cauca. Por primera vez en su historia, ese departamento se queda sin senador  conservador y tan solo con un representante, el señor Padilla, exalcalde de El Dovio. Pero hay otros tendidos a la orilla del camino de la patria que para bien o para mal ayudaron a construír. Jose  Obdulio, el fogoso senador alfil del presidente Uribe y vocero de su partido, no alcanzó a clasificar. Tampoco lo hizo el controvertido senador Bernabé Celis ,aunque iba remolcado por la máquina de Vargas Lleras que dobló su votación y asumió de facto el liderazgo de la batalla contra Duque.

Aunque el hijo de Piedad salió elegido senador, ni Sandra Paola ni Luz Piedad, las dos exgobernantes del Quindío y Armenia pudieron ser elegidas, se quemaron. Sofía Gaviria también quedó fuera. Pero por encima de todo ese bororó hay tres hechos que valdría la pena analizar más en detalle. El primero, el que la apertura de la lista de Uribe le dejó a él solo con 875 mil votos pero sus senadores obtuvieron un millón 700 mil. El segundo, que Mockus revivió a los verdes .Su votación como cabeza de lista al Senado con 540 mil votos, minimiza a Robledo y lo acerca a ocupar con Uribe el podio de los más votados. Y tercero, el medio millón de votos que obtuvo Carlos Caicedo en la consulta de la izquierda. Lograrlo fue una hazaña. Se sobrepuso a las batallas parroquiales que trataron de atajarlo cuando comenzaba. Ahora Caicedo es una ficha valiosa en este ajedrez que se juega hasta el viernes y que definirá quien va con quien a las elecciones de mayo.

@eljodario