El episodio ocurrido en la Cámara de representantes cuando un congresista indignado le gritó asesino a Santrichs uno de los cabecillas de las farc, ha desatado una inusitada reacción de respaldo al político y absoluto rechazo al guerrillero. Es evidente el desprecio que generan en la inmensa mayoría de colombianos los cabecillas de esa organización criminal; no es fácil olvidar los campos de concentración en los que mantenían cautivos a sus prisioneros, no los conmovia ni las súplicas de niños enfermos que pedían como su última voluntad ver a su padre antes de morir, nada les ablandaba ese corazón duro como una roca, fueron capaces de mantener atados a los árboles a miles de personas durante años sin el menor asomo de compasión, no les tembló la mano para matar a los diputados del valle porque la orden era esa, «si los van a rescatar matenlos», fueron capaces de ponerle un collar bomba a una anciana, utilizaron burros para cargarlos con dinamita, mataban a mansalva humildes soldados de nuestro ejército. No es fácil perdonarlos y mucho menos creer en su genuino arrepentimiento.
El pueblo colombiano se pronunció en las urnas de manera contundente contra estos acuerdos de impunidad, el presidente los impuso de manera arbitraria, no irán a la cárcel, no serán castigados por sus delitos y como premio a sus crímenes recibirán curules en el congreso y podrán aspirar a la presidencia. Lo que nunca tendrán es el respeto, en cualquier sitio alguien les gritara en su cara ASESINOS.
No es cierto que los bandidos nos están haciendo un favor al desmovilizarse, están viejos y enfermos y sabían que tarde o temprano les caía un bombazo del ejército, su destino inmediato era morir aplastados como ratas en sus madrigueras, pero Santos les hizo el milagro. En su camino al infierno, mientras transiten por este mundo, siempre habrá un valiente que a todo pulmón les gritará ASESINOS, ASESINOS. Esa será su peor condena el desprecio de una sociedad que no olvida su crueldad.